sábado, 24 de diciembre de 2022

Vigilia de la Natividad del Señor

Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 9, 1-6


El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande;
habitaba en tierra y sombras de muerte,
y una luz les brilló.

Acreciste la alegría, aumentaste el gozo;
se gozan en tu presencia, como gozan al segar,
como se alegran al repartirse el botín.

Porque la vara del opresor, el yugo de su carga,
el bastón de su hombro,
los quebrantaste como el día de Madián.

Porque la bota que pisa con estrépito
y la túnica empapada de sangre
serán combustible, pasto del fuego.

Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado:
lleva a hombros el principado, y es su nombre:
«Maravilla de Consejero, Dios fuerte,
Padre de eternidad, Príncipe de la paz».

Para dilatar el principado, con una paz sin límites,
sobre el trono de David y sobre su reino.

Para sostenerlo y consolidarlo
con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre.

El celo del Señor del universo lo realizará.




Salmo 95

R/. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre.

R/. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor

Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.

R/. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor

Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque.

R/. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor

Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad.

R/. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor





Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14


Querido hermano:

Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, llevemos ya desde ahora una vida sobria, justa y piadosa, aguardando la dicha que esperamos y la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, dedicado enteramente a las buenas obras.





Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 1-14

Sucedió en aquellos días que salió un decreto del emperador Augusto, ordenando que se empadronase todo el Imperio.

Este primer empadronamiento se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad.

También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.

En aquella misma región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.

De repente un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.

El ángel les dijo:
«No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad».




Comentario

Navidad vuelve a ser, hoy igual que ayer, apertura a lo que nace, acogida de lo que llega, abrazo de lo herido, ternura para con lo vulnerable, acrecentamiento de la alegría, desbordamiento de la esperanza; en definitiva, asombro desmedido por un Dios que se nos ‘avecina’ en nuestra carne, en nuestros sentires…

Un Dios que se va a dejar, no solo adorar sino también amar… y lo va a hacer al modo humano. Y para vivir esto hace falta detenerse, hace falta capacidad de asombro, hace falta silenciamiento de todo lo demás… y precisamente ahora, todo lo demás, mete más ruido que nunca. Ante Dios hecho hombre necesitamos volver a recuperar el vértigo y el escalofrío, el estremecimiento y la conmoción. Debemos volver a gritarle al hombre de hoy, de cerca y de lejos, aquella alocución de san Agustín ante la Navidad: ¡despierta cristiano: Dios se ha hecho Hombre por ti!

Creer, celebrar y predicar la Navidad es discurso desmesurado de humanidad y de divinidad. Es acallar lo conocido para gritar lo inefable. Vivir la Navidad es lo opuesto al grisáceo pragmatismo de lo material y de lo urgente que, tantas veces, nos hace olvidar lo importante. Predicar la Navidad es volver al origen, a nosotros mismos como individuos y como Iglesia. Celebrar la Navidad es recordarnos unos a otros la posibilidad de hacer encuentro con Cristo, con el Dios hecho hombre por nosotros. Creer en la Navidad es abrazar a Cristo, acogerle. Es romper las inercias de una fe consabida para dejarnos seducir y asombrar por una Palabra vertida en historia, contingencia, inmanencia. Una Palabra encarnada por nosotros. Es ser capaz de escuchar el balbucir de un Dios vulnerable al amor humano. Es ser capaz de contemplar, entre circunspecto y desbordado, lo de Dios en un humano.

No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de algunas normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados.
Nuestra mayor amenaza “es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando”. A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” 
(Benedicto XVI, Aparecida 12).

El evangelio en esta noche nos habla de todo ello: no hay grises pragmatismos en la venida del Señor. No hay estrecheces de mirada en los planes de Dios. No hay obstáculos imposibles o desafío desmedido en la encarnación del Hijo del Hombre. Lo que hallamos es disponibilidad en la dificultad, acogida en lo novedoso, adoración en la pobreza, música en la oscuridad de la noche, esperanza en todos y cada uno de quienes supieron acallar y contemplar lo que nacía.

Es por ello que intentar el juego de la seducción por la palabra en esta Navidad es, como dijo Diego de Jesús en el siglo XVII, invitarnos unos a otros a de dejar de “ir a Belén a hacer cosas” para intentar un “ir a Belén a que ocurran cosas”.

Ir a presenciar pasivamente —con ‘actuosa’ pasividad— el Acontecimiento que viene hacia mí. (Nada exige mayor energía y compromiso —anota Simone Weil— que la atención). Tras esta intuición cordial podemos vislumbrar a cada uno de los personajes del evangelio de esta noche: María y José que solo cumplían la ley en ese intento de buscar el cómo vivir lo inefable de su embarazo en lo cotidiano de lo histórico y social; los pastores que solo dormitaban una noche más el silencio rutinario y sereno de una cotidiana pobreza e intemperie, cuando supieron acoger la novedad del anuncio y aprehenderla desde sus desesperanzas. Y, por último, el mismo Dios: que abajándose a lo pequeño supo dejarse mecer sin abalorios y comodidades, supo dejarse ver en la vulnerabilidad de un bebe como esperanza colmada de unos pastores que se fueron sin poder callar su encuentro.

Y en todos ellos rezuma una actitud: la de saber contemplar, la de saber detenerse a lo importante, la de ser capaz de leer, sentir, vivir y creer la fragilidad de un niño como la esperanza cumplida de cualquier hombre o mujer de ayer y de hoy. Algo tan ajeno a nuestros grises pragmatismos sociales y eclesiales, a nuestras prisas y desesperadas materialidades.

Volviendo a parafrasear a Diego de Jesús podríamos demarcar el itinerario y la invitación en esta Nochebuena así: sólo el detenimiento permite el asombro; y sólo el asombro provoca adoración. Hay que caminar con María y José a Belén, con los pastores al pesebre, hasta el umbral y saber detenerse allí. Lo más difícil de una peregrinación es saber disfrutar de la llegada y no caer en la trampa de hacer del ‘término’ del camino la ‘terminación’ de lo vivido... o la mutación inmediata de fin en medio, para —cual búsqueda del tesoro— reemprender la marcha a nuevo destino... El funcionario al arribar a una meta, cierra el caso, para dar vuelta la página. El amante, al llegar a la meta sabe permanecer en ella. Decía el cardenal J. H. Newman que se puede rezar para haber rezado o se puede rezar para estar rezando...

Se puede celebrar y predicar la Navidad para haberlo hecho un año más o se puede celebrar y predicar la Navidad para ser Navidad en medio de la noche de cada uno de los hombres y mujeres de nuestro mundo.