martes, 6 de diciembre de 2022

En torno a la fiesta de la Inmaculada

Inmaculada Concepción (1629)
Pedro Pablo Rubens - Museo Nacional El Prado


Siendo del Cielo la Reina,
de la creación maravilla,
María es la más discreta,
la más humilde y sencilla.

Si contemplas en silencio
como transcurre su vida,
irás descubriendo atento
de su entrega la medida.

Siempre callada y dispuesta,
siempre amable y servicial,
mientras vivía en su aldea,
era como las demás;
más si te asomas por dentro,
al admirar su interior,
descubrirás los secretos
que guarda en su corazón:

concebida sin pecado,
de siempre por Dios amada,
por la gracia que le ha dado,
es MARÍA INMACULADA.

José García Velázquez









¿La vida sin pecado es aburrida?

En la fiesta de la Inmaculada Concepción brota en nosotros la sospecha de que una persona que no peca, en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida. Es la dimensión dramática de ser autónomos; parece que la libertad de decir no, el bajar a las tinieblas del pecado y querer actuar por sí mismos formara parte del verdadero hecho de ser hombres; que debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra, pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensamos que pactar un poco con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el fondo está bien, es necesario.

Pero al mirar el mundo que nos rodea, vemos que no es así, es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre, sino que lo envilece y lo humilla; no lo hace más grande, más puro y más rico, sino que lo daña y lo empequeñece. En el día de la Inmaculada debemos aprender más bien esto: el hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pierde su libertad. Sólo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la libertad del bien.

El hombre que se dirige hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios se hace divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de los demás; sólo entonces su corazón se despierta verdaderamente y se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola y abierta.

Cuanto más cerca está el hombre de Dios, tanto más cerca está de los hombres. Lo vemos en María. El hecho de que está totalmente en Dios es la razón por la que está también tan cerca de los hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de toda ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pueden osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella lo comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bondad creativa.


Benedicto XVI
homilía del 8 de diciembre de 2005