miércoles, 21 de diciembre de 2022

Evangelio diario: 21-12-2022

Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se levantó y puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! 
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».




Comentario

San Lucas trata de acentuar la divinidad de Jesús desde el momento de su concepción y su superioridad respecto a Juan. Tal vez los seguidores de uno y de otro discutían sobre la importancia y el lugar que correspondía a cada uno de ellos.

Lucas trata de dejar claro, desde antes del nacimiento de ambos, qué lugar corresponde a cada uno y se vale para ello de un viaje de María a la aldea de Isabel. Si tenemos en cuenta que Isabel es la esposa de un sacerdote del templo y María no es otra cosa que la esposa de un carpintero, con criterios humanos nos resultaría fácil elegir al más importante de ambos nascituros.

Sin embargo Isabel reconoce la superioridad de María y el hijo que se desarrolla en su seno y es capaz de decir: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”. Isabel se coloca en un plano inferior a María, y ésta nos da una lección de lo que es importante a los ojos de Dios y será el tema central de la posterior predicación de su hijo. La actitud de servicio al prójimo, en este caso a Isabel y su familia, es la que parece primar sobre todas las consideraciones humanas que pudiéramos tener. María demuestra que aquel “He aquí la esclava del Señor” de hacía poco tiempo, debe traducirse por un servicio al otro. María ha alcanzado, seguramente, el conocimiento de su propia humanidad, que allá en lo profundo de su ser, le permite conocer y vivir la divinidad.

Puede que no aceptemos la necesidad de ser servidores para ser importantes ante los ojos del Señor. Es posible que creamos haber visto a Dios, haber encontrado su rostro en el camino. Pero esta iluminación, en caso de producirse, hace que la visión, aunque solo sea un pálido atisbo, trastocaría la humanidad entera del iluminado, que no tendría ya otro deseo que unirse al amado, como se proclama en el Cantar de los Cantares.