Lectura del santo evangelio según san Juan 14, 21-26
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama será amado mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
Le dijo Judas, no el Iscariote:
«Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?»
Respondió Jesús y le dijo:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho».
Comentario
El episodio de la ciudad de Listra, en la que los habitantes declaran dioses a Pablo y Bernabé a causa de la curación de un paralítico, da pie a Pablo para mostrar un Dios cercano que cuida de los seres humanos; y señalar la presentación de ese Dios como “la Buena Noticia”. Es el Dios único, de quien procede el mundo en que vivimos, que permite no ser reconocido por muchos pueblos, sin que por ello les prive del sol, “la lluvia, las cosechas a su tiempo, comida y alegría en abundancia”. Ese Dios, que se muestra benévolo en la Creación, creó por amor, es el que se compromete luego en la salvación en Jesús, haciéndose hombre. Es el que “amó tanto al mundo que le entregó su hijo”. El amor creador es el amor salvador, la “naturaleza” se continúa, perfeccionada, en “la gracia”.
La pregunta de Judas teníamos que formulárnosla con frecuencia: ¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros (a mi)?
Se plantea desde el reconocimiento de que Dios ha hecho cosas grandes en nosotros, como diría María. ¿Por qué en mí? Reconocer lo excepcional de lo que hemos recibido es el principio de valorarlo y de actuar en consecuencia. Enemigo frontal de nuestra responsabilidad como cristianos es no estimar serlo. Es una gran gracia, que a otros no les ha llegado. No nos envanece, sí nos responsabiliza.