viernes, 21 de agosto de 2020

Octava de la Asunción (IV): Virgen de la Paloma

Si existe en la Villa y Corte una devoción auténticamente popular es la que se tributa a la Virgen de la Paloma. Desde mediados del siglo XIX, al llegar la fecha del 15 de agosto, calles y plazas cercanas a la iglesia de San Pedro el Real, en las cercanías de la Puerta de Toledo, se engalanan para competir con farolillos, oropeles y cadenetas adornando patios, fachadas, balcones y corralas en honor a la Virgen castiza que recorrerá en procesión el barrio, escoltada por una representación del Cuerpo de Bomberos (cuyo patronazgo ostenta) y acompañada por algunas personas ataviadas siguiendo con excesiva libertad modas populares de nuestra Villa y Corte en los siglos XVIII y XIX.

Una concurrencia que podríamos denominar “multi-étnica” (que aporta un punto de exotismo a unas celebraciones en las que todos son bienvenidos) acompaña a los devotos que forman el cortejo de la imagen en su recorrido por las calles cercanas, engalanadas para la ocasión. Churros y “limoná” ayudarán a la Comisión de festejos a dilucidar cuál es el patio mejor engalanado. La fiesta concluye en la verbena popular, cuyo ambiente fue captado en los ya lejanos tiempos del año de 1894 por el maestro Tomás Bretón en su sainete lírico con libro de Ricardo de la Vega “La verbena de la Paloma”, o “El boticario y las chulapas” o “Celos mal reprimidos” (que por estos tres títulos es conocida esta joya de nuestro género lírico).

El cuadro

Se trata, en realidad, de la representación de Nuestra Señora de la Soledad (la Virgen tras el entierro de Cristo) cuyo culto fue propiciado en la Villa y Corte por la reina Isabel de Valois (1545-1568) cuando vino a España para contraer matrimonio con Felipe II en 1559; la soberana trajo consigo un cuadro que San Francisco de Paula había regalado a su padre, el rey de Francia Enrique II. Por aquellas fechas se habían establecido en Madrid los frailes de la Orden de los Mínimos de San Francisco de Paula para quienes se construía el Convento de Nuestra Señora de la Victoria, que estuvo situado (hasta el siglo XIX) entre las modernas calles de Espoz y Mina y la de la Victoria hasta que en 1836, tras la desamortización de Mendizábal, fue derribado permaneciendo el nombre de la taurina calle de la Victoria como recuerdo de su origen.

Los frailes pidieron a la reina el cuadro para que presidiera la iglesia de su convento pero no aceptó, si bien dio su consentimiento para que un escultor realizase una imagen de bulto semejante a la que aparecía en el cuadro. Gaspar Becerra (Baeza 1520 – Madrid 1568) recibió el encargo y talló la cabeza y las manos de una imagen vestidera que hubo de repetir tres veces porque su obra no complacía a la soberana. Palomino refiere en su Museo Pictórico y Escala Óptica III (Madrid edición moderna: Alianza 1986, página 38) que estando dormido se le apareció una señora que le dijo: “Despierta, levántate y de ese tronco que arde en ese fuego esculpe tu idea y conseguirás tu intento sacando la imagen que deseas.” Gaspar Becerra obedeció y la reina quedó asombrada ante la nueva talla de Nuestra Señora de la Soledad, la cual fue colocada en el verano de 1565 presidiendo el altar del Convento de la Victoria.

El atuendo de la imagen seguía el de las viudas nobles, adoptado por Juana la Loca al morir su esposo Felipe el Hermoso: túnica y toca blancas y manto negro cubriendo la cabeza, que era la vestimenta habitual de la Camarera Mayor de Isabel de Valois, la condesa viuda de Ureña doña María de la Cueva, que donó sus ropas para la imagen tallada por Becerra.


Hallazgo del cuadro de la Virgen

Esta devoción fue debilitándose a lo largo del siglo XVIII hasta que se vio reforzada a causa de un hecho fortuito a finales de dicho siglo. En el año 1787, unos chiquillos encontraron en el solar cercano a la Puerta de Toledo, ya mencionado, propiedad de las monjas
de Santa Juana, un bastidor con un lienzo muy deteriorado que representaba el retrato de una monja. Cuando intentaban hacer con él una cometa, Isabel Tintero, portera de una de las corralas cercanas que vivía en la calle de la Paloma, se lo compró a los niños (dice la tradición que por cuatro cuartos), lo limpió y comprobó que era una imagen de la Virgen de la Soledad; lo colocó en un marco rústico y colgó el cuadro en el portal de su casa, alumbrándolo con un farolillo.


El templo actual

En 1896 se comenzó a levantar el templo que conocemos actualmente en la misma calle de la Paloma, con entrada también por la calle de Toledo; en el solar de la antigua capilla se edificaron unas
escuelas. Para la construcción de la nueva iglesia, de-nominada de San Pedro el Real, como hemos dicho, contribuye-ron con genero-sidad el pueblo y ciertas personas pudientes. El edificio, obra del arquitecto Rodríguez Izquierdo –que no cobró por su colaboración- se inauguró el día 23 de mayo de 1912 con gran afluencia de fieles no sólo de la Villa y Corte, sino de pueblos y lugares no tan cercanos.

A comienzos del siglo XX y con el fin de fomentar el culto a la imagen, se fundó una Congregación compuesta en su mayoría por señoras; más adelante se creó, a la vista del gran número de devotos, una rama de dicha Congregación bajo la denominación de Caballeros de la Virgen de la Paloma en la que se encuadran congregantes de todas las clases sociales.