sábado, 29 de agosto de 2020

Domingo XXII del tiempo ordinario

Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías 20, 7-9


Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir;
has sido más fuerte que yo y me has podido.
He sido a diario el hazmerreír,
todo el mundo se burlaba de mí.
Cuando hablo, tengo que gritar,
proclamar violencia y destrucción.
La palabra del Señor me ha servido
de oprobio y desprecio a diario.
Pensé en olvidarme del asunto y dije:
«No lo recordaré; no volveré a hablar en su nombre»;
pero había en mis entrañas como fuego,
algo ardiente encerrado en mis huesos.
Yo intentaba sofocarlo, y no podía.


Salmo 62
R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Oh, Dios, tú eres mi Dios,
por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.



Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 12, 1-2


Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual.

Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.


Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 21-27

En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
«Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».
Entonces dijo a los discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. 
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. 
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? 
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta».



Comentario

El comienzo del relato evangélico de hoy remite curiosamente a la misma frase utilizada por el evangelista al presentar el inicio de la predicación de Jesús en Cafarnaúm, poco antes de la elección de los discípulos para acompañarle en su misión: “Desde entonces comenzó Jesús…” (4,17). Eran muchos los días y las noches compartidas con él desde “aquel entonces”, cuando Jesús presentaba novedosamente su programa de vida: “Convertíos, porque ha llegado el Reino de los cielos”. ¿No fueron ellos los primeros en acogerlo? ¿Habían comprendido realmente lo que Jesús quería y esperaba de ellos?

Ahora retoma san Mateo el recuerdo de aquella primera llamada: “desde entonces comenzó Jesús” para manifestarles la nueva situación, cómo habían tramado las autoridades civiles y religiosas de Jerusalén para acabar con su vida. Obediente a la voluntad del Padre, en quien confiaba plenamente como valedor de su proyecto de vida, afrontaba Jesús de forma decidida y responsable su papel en el plan salvífico de Dios. ¿No era también el momento oportuno para presentar claramente a sus seguidores más fieles cuáles eran las condiciones para seguirle hasta el final? “Si alguien quiere venir en pos de mí…”. En lugar de ser piedra de escándalo, estaban llamados a asumir con entereza el “escándalo de la cruz” (1 Cor 1,23). No había sido otra la razón de su elección como testigos del Reino que ya estaba operando en su persona.

Comenzaba así para ellos una etapa nueva y decisiva en su aprendizaje discipular. ¿Cómo resonaban ahora en sus oídos aquellas palabras? ¿No defraudaban todas sus expectativas? ¿No echaban por tierra el entusiasmo e ilusión con que se habían acogido a su persona? ¿Seguían dispuestos a acompañarle? Después de todo, no era otro el camino de la fe seguido por muchos de sus antepasados. El pequeño fragmento de las así llamadas “Confesiones” del profeta Jeremías constituye en este sentido una pequeña muestra de esa alargada nube de testigos. ¿Cuál es el trasfondo vital que trasluce su predicación? Jeremías hubo de violentar su temperamento natural para ser fiel a su ministerio; se quejaba por ello amargamente de tener que predicar lo que no le gustaba: “destruir para edificar” (1,10), anunciar la inesperada deportación de su pueblo al destierro, ser el “hazmerreír” de todos… Y, sin embargo, no lograba apagar en sus entrañas el fuego ardiente de la Palabra de Dios. Esa fue la verdadera y permanente conversión que le pedía su misión profética.

El camino de Jesús, como el del profeta, es el que espera también a sus discípulos. De ahí el paciente y sinuoso camino de aprendizaje que hubo de compartir con ellos para ir discerniendo y valorando sus motivaciones y actitudes más personales. Eran vulnerables y les aguardaban duras pruebas, momentos delicados de desorientación y de crisis. Iban a necesitar de apoyo, pero también de su implicación y fortaleza de ánimo para no desdecirse de su vocación apostólica.

La dinámica de la fe, si quiere madurar, requiere un largo recorrido de sincera introspección y lúcido discernimiento. No basta con dejar pasar el tiempo, ha de ir acompañada de reflexión e interiorización personal. Es Pablo, el gran Apóstol, quien nos deja en la segunda lectura las pautas a seguir: “no os acomodéis a los criterios del mundo presente; distinguid más bien cuál es la voluntad de Dios: lo justo, lo agradable, lo perfecto”.

Volviendo a nuestra vida: ¿tiempos de crisis, acentuada por la pandemia?; ¿tiempos propicios para aprender a discernir y redimensionar los auténticos valores del Reino de Dios?; ¿tiempo oportuno para tomarnos el pulso y dar un salto cualitativo en el aprendizaje de la fe?