sábado, 23 de octubre de 2021

Domingo XXX del Tiempo Ordinario

Primera lectura
Lectura del Profeta Jeremías 31, 7-9


Esto dice el Señor:

    «Gritad de alegría por Jacob,
    regocijaos por la flor de los pueblos;
    proclamad, alabad y decid:
        “¡El Señor ha salvado a su pueblo,
        ha salvado al resto de Israel!”.

    Los traeré del país del norte,
    los reuniré de los confines de la tierra.

    Entre ellos habrá ciegos y cojos,
    lo mismo preñadas que paridas:
    volverá una enorme multitud.

    Vendrán todos llorando
    y yo los guiaré entre consuelos;
    los llevaré a torrentes de agua,
    por camino llano, sin tropiezos.

    Seré un padre para Israel,
    Efraín será mi primogénito».




Salmo 125

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

Cuando el Señor hizo volver a los cautivos de Sion,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

Recoge, Señor, a nuestros cautivos
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres



Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 5, 1-6


Todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.
Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad.

A causa de ella, tiene que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, como por los del pueblo.

Nadie puede arrogarse este honor sino el que es llamado por Dios, como en el caso de Aarón.

Tampoco Cristo se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote, sino que la recibió de aquel que le dijo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy»; o, como dice en otro pasaje: «Tú eres sacerdote para siempre según el rito de Melquisedec».





Lectura del santo evangelio según san Marcos 10,46-52

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más:
«Hijo de David, ten compasión de mí».
Jesús se detuvo y dijo:
«Llamadlo».
Llamaron al ciego, diciéndole:
«Ánimo, levántate, que te llama».
Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

Jesús le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?».

El ciego le contestó:
«“Rabboní”, que recobre la vista».

Jesús le dijo:
«Anda, tu fe te ha salvado».
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.



Comentario

El ciego “soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús”. Ánimo no le faltaba, y le sobraba fe en lo que Jesús podía hacer por él.

Expone ante Jesús su deseo: poder ver. Jesús atribuye a su fe la curación. La fe entendida como confianza en ese Jesús, que puede comprender a los ignorantes y extraviados y, como Sumo Sacerdote, representarnos ante Dios, según escuchamos en la segunda lectura.

Fe en quien se hizo uno de nosotros, caminó por nuestros caminos para que nos pudiéramos levantar de nuestras miserias y librarnos de nuestras cegueras. Fe que no es sólo cuestión de una decisión inmediata y rápida que podría quedar en el olvido una vez conseguido lo que se deseaba, sino que implica continuar en el seguimiento de Jesús, como hace el ciego curado: “anda, tu fe te ha salvado y al momento recobró la vista y le seguía por el camino”.