sábado, 20 de marzo de 2021

Domingo V de Cuaresma

Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías 31, 31-34


«Ya llegan días -oráculo del Señor- en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva.

No será una alianza como la que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor -oráculo del Señor-.

Esta será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -oráculo del Señor-: Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que enseñarse unos a otros diciendo: «Conoced al Señor», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor -oráculo del Señor-, cuando perdone su culpa y no recuerde ya sus pecados.



Salmo 50

R/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

R/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.

R/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.

R/. Oh, Dios, crea en mí un corazón puro.





Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 5, 7-9


Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial.

Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de salvación eterna.





Lectura del santo evangelio según san Juan 12, 20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
«Señor, queremos ver a Jesús».
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. 
Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo:
«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».
La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:
«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.



Comentario

Las misteriosas palabras de Jesús sobre el grano de trigo, la muerte, la vida, los frutos, el servidor, la glorificación, la hora, son referidas a él mismo, como nos lo dice el evangelista al final del texto que hemos leído.

En estas palabras Jesús anuncia su muerte, que para Juan es la glorificación. Muerte que es necesaria para dar fruto como lo muestra el ejemplo del grano de trigo: Jesús es el grano de trigo que muere para dar fruto. Igualmente, el que está aferrado a esta vida, la terminará perdiendo. Parece paradójico, pero la propuesta del Evangelio hoy nos invita a cuestionarnos seriamente sobre cómo estamos viviendo esta vida, que está llamada a morir para dar fruto. Ya la liturgia nos prepara para celebrar la culminación del tiempo cuaresmal que será precisamente la Pascua, la de Jesús y la nuestra que solo tendrá sentido cristiano si nos entregamos como él, para dar fruto abundantemente.

Jesús anuncia la forma en que iba a morir al decir que atraerá a todos hacia él cuando sea elevado, es decir, cuando sea colgado en la cruz. La hora del hijo es justamente su muerte que es al mismo tiempo, su glorificación. La cruz se convierte así en el “trono” donde reina Jesús sobre el mundo. La muerte en el Evangelio de Juan no es trágica, ni triste, sino es triunfal, es gloriosa; esta es la perspectiva de la vida eterna y verdadera que trae Jesús. Desde esta perspectiva también deben mirar los seguidores de Jesús, que están dispuestos a perder la vida para luego ganarla verdaderamente como el maestro: Jesús que vino a darnos vida eterna, abundante y plena con su entrega hasta el fin.

Las palabras del evangelio, hoy nos invitan a no estar tan aferrados a nuestra vida, a nuestros intereses, nuestros problemas y preocupaciones, etc. sino en entregarnos, es decir, a “morir” a nosotros mismos, para así dar vida a los demás. No se trata tanto de hacer grandes cosas ni sacrificios heroicos sino simplemente aceptar con toda su densidad y profundidad la misión que cada cual tiene en esta vida, cada quien según la decisión que ha tomado de ser seguidor y discípulo de Jesús.