sábado, 20 de junio de 2020

Domingo XII Tiempo Ordinario

Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13

Dijo Jeremías:

Oía la acusación de la gente:
«“Pavor-en-torno”,delatadlo, vamos a delatarlo».
Mis enemigos acechaban mi traspié:
«A ver si, engañado, lo sometemosy podemos vengarnos de él».
Pero el Señor es mi fuerte defensor:
me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso,
con sonrojo eterno que no se olvidará.


Señor del universo, que examinas al honrado
y sondeas las entrañas y el corazón,
¡que yo vea tu venganza sobre ellos,
pues te he encomendado mi causa!


Cantad al Señor, alabad al Señor,
que libera la vida del pobre
de las manos de gente perversa.


Salmo 68

R/. Señor, que me escuche tu gran bondad.

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. 


R/. Señor, que me escuche tu gran bondad.

Pero mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí.

R/. Señor, que me escuche tu gran bondad.

Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas.

R/. Señor, que me escuche tu gran bondad.



Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5, 12-15

Hermanos:

Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron.


Pues, hasta que llegó la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tenía que venir.

Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos.



Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33


En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. 

Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. 

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehenna”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones. 

A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».


Comentario:

La advertencia de hoy no es solamente para los discípulos, a los que Jesús advierte al inicio de su misión porque será perseguidos. Esta advertencia la debemos aplicar a todas las situaciones de nuestra vida en la que el miedo nos paraliza.
Hay un miedo producto de la evolución que es imprescindible para mantener la vida biológica, es un mecanismo de supervivencia y por tanto bueno. Pero el ser humano puede ser presa de un miedo aprendido que le impide desplegar su verdadera capacidad humana. Es este el que nos traiciona, no nos defiende sino que nos aniquila y es contrario a la fe/confianza.
Este miedo es consecuencia de nuestros apegos, no hemos descubierto lo que realmente somos y nos apegamos a una quimera inconsistente que proviene de un falso "yo", al que nos enganchamos irracionalmente. Jesús nos dimos que la verdad nos hace libres, estos miedos son fruto de la ignorancia, pues si conociéramos nuestro verdadero ser, esos miedos no tendrían cabida.
Jesús nos invita a no tener miedo, pero no como promesa de librarnos de las dificultades ordinarias de la vida, se trata solo de la seguridad en Dios que permanece intacta en medio de las dificultades de la vida. Dios no es la garantía de un camino fácil, sino la seguridad de que Él siempre estará en cualquier circunstancia sea fácil o difícil. Nuestro error siempre está en exigir a Dios que nos libere de nuestras limitaciones y contrariedades.
La fe, confianza en la seguridad de Dios, nace de la aceptación de nuestras limitaciones, del descubrimiento de todo el potencial con el que Dios nos pensó. Es la consecuencia de descubrir que mi propio fundamento no soy yo, sino el mismo Dios. Esto no menoscaba nuestra dignidad, al contrario, que este fundamento, mi fundamento, descanse en Dios es seguridad absoluta, porque depende de Aquel que es más firme y seguro que yo mismo. Si acabamos de comprender que Dios es nuestro pasado, presente y futuro no hay lugar al miedo.
Plantearnos nuestra confianza en Dios, nos obliga a derribar las falsas imágenes que de Él solemos hacer. No se trata de confiar en alguien fuera de nosotros y que desde fuera nos pueda dar algo. Sino que Él es el fundamento de mi ser, Él está en mi y que puedo estar seguro de mi porque Dios es la única certeza y aunque exista algún motivo para temer, siempre habrá más motivos para confiar.
Podemos confiar en Dios, porque en Él no hay nada inconstante, Él siempre es amor y su causa es la causa de la humanidad entera. Dios está implicado en nuestra historia desde siempre, su voluntad amorosa es inmutable, no está sujeta al capricho veleidoso que suele mostrar interesadamente el ser humano.
Por último, todos los miedos se pueden condensar en el miedo a la muerte. Si considerásemos a la hermana muerte como parte integrante de nuestra vida, perderíamos el miedo y viviríamos en plenitud. Lo que tememos perder con la muerte son los asideros constantes en nuestra vida, la muerte no nos arrebata el ser, sino todo lo que hay en nosotros de caduco, accesorio, contingente y egoísta. Jesús nos lo dice en el evangelio de hoy, aunque te quiten la vida, lo que se nos arrebata no es lo esencial para nuestro ser.