jueves, 10 de febrero de 2022

Evangelio diario: 10-02-2022

Lectura del santo evangelio según san Marcos 7, 24-30

En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.

Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.

Él le dijo:
«Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella replicó:
«Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños».
Él le contestó:
«Anda, vete, que, por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».
Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.


Comentario

Ningún lenguaje puede expresar el poder, la belleza, el heroísmo y la majestuosidad del amor de una madre. Una palabra donde se encierra el desconocer que existe la distancia, el imposible o el obstáculo. Es el único amor verdadero, sincero y sin final. Es el único amor sin condiciones, sin peros, ni intereses… el único que sobrevive al tiempo y que no lo mata el desprecio, ni el olvido.

Nuestro relato emana de principio a fin ese sincero amor materno. Sobre ella no sabemos casi nada. Sólo que era fenicia, una pagana, con una hija endemoniada. Lo que más amaba en el mundo vivía un sufrimiento atroz. Para ella no había fronteras, ni idioma, ni tradición, ni leyes, ni distinción entre judíos y gentiles. Su necesidad imperiosa va más allá de todo condicionamiento humano. Su vida se pierde en la búsqueda desesperada de quien a oído que puede ayudarla. Ni siquiera se plantea ser una gentil frente a un judío. Saca fuerzas maternas y salva todos los inconvenientes para conseguir su objetivo.

La escena es fácil de imaginar. Jesús que la ve acercarse insistente y constante en sus ruegos. La mujer sobrecogida por el encuentro se echa a los pies de alguien en quien, al margen del dolor, tenía una fe sólida. Su intuición de madre, los testimonios sobre él, habían hecho germinar en su corazón la certeza del Salvador. Una intercesión así, tan auténtica, no había de quedar sin respuesta.

Era el momento donde se tenía que derribar el muro de la exclusividad, dar un vuelco a la historia entre el pueblo de Israel y sus vecinos y a la propia Ley. Nunca fue el deseo de Dios que sus bendiciones quedarán limitadas sólo a un pueblo. En el trasfondo del relato se anticipa el deseo del corazón del Señor de bendecir a los gentiles por el Evangelio.

Descorazonadora la respuesta de Jesús. Los “hijos” eran los que estaban sentados a la mesa y tenían el privilegio. Los “perrillos” gentiles aún no estaban admitidos a compartir la comida. Pero ni siquiera la reflexión tan clasista pudo con el deseo intenso de la petición. La mujer entendió, sin quejas, la posición de precedencia que el pueblo judío tenía según las promesas de Dios. Tras las palabras de Jesús siguió viendo una puerta abierta para volver a presentar su súplica a favor de su hija. La mujer suplicaba por unas migajas de pan, mientras los judíos rechazaban al mismo pan bajado del cielo. Una mujer pagana logra entender que, unas migajas de ese pan pueden satisfacer todas sus necesidades espirituales.

Fue la fe quién logró eliminar todas las barreras para llegar al corazón mismo de Dios. Con una plena confianza en la palabra del Señor, regresó a su casa. Cuando llegó, comprobó que efectivamente una migaja de la mesa del Señor había sido suficiente para curarse a sí misma y a su hija. Aún en sus manos estaban intactos los recuerdos de los pies donde se aferró con toda el alma.

Si una mujer pagana usó el poco conocimiento que tenía del Señor con tanto resultado, ¿cuánto más se requiere de nosotros que hemos recibido privilegios mayores?