sábado, 24 de octubre de 2020

Domingo XXX del tiempo ordinario

Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo 22, 20-26

Esto dice el Señor:
«No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.

No explotarás a viudas ni a huérfanos. Si los explotas y gritan a mí, yo escucharé su clamor, se encenderá mi ira y os mataré a espada; vuestras mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos.

Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo».



Salmo 17

R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Dios mío, peña mía, refugio mío,
escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.

R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu ungido.

R/. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.



Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 5c-10

Hermanos:

Sabéis cómo nos comportamos entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguistéis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.

No solo ha resonado la palabra del Señor en Macedonia y en Acaya desde vuestra comunidad, sino que además vuestra fe en Dios se ha difundido por doquier, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la visita que os hicimos: cómo os convertisteis a Dios, abandonando los ídolos, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.




Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.

Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».




Comentario

Los cristianos, a diferencia de otras formas de pensar y sentir, creemos firmemente que el Dios revelado en Jesús no es un Dios indiferente, ni impasible, ni lejano, siempre de viaje en lejanas galaxias. Nuestro Dios está siempre en movimiento junto a nosotros porque desde el principio de la Historia ha acompañado y sigue acompañando a esta humanidad que sigue peregrinando entre luces y sombras en busca de su verdadera identidad, de su plena dignidad, de su completa humanidad, de su plenitud de existencia… de su autenticidad de ser.

A diferencia de lo que ocurría entre los dioses y héroes griegos y romanos, que se desentendían de los asuntos humanos mientras se entregaban caprichosamente a orgías y placeres, o las divinidades aztecas y mayas, siempre sedientas de sangre humana, el Dios cristiano desde el comienzo de la creación ha querido manifestarse como principio de misericordia y amor desinteresado. El comportamiento histórico de Jesús: desde el pesebre a la sepultura, desde su ser engendrado hasta su resurrección, desde el principio de los tiempos hasta que se produzca la consumación, ha sido el mostrar al Padre, "quien me ha visto a mí ha visto al Padre".

San Mateo sitúa el relato evangélico de la obligación del amor a Dios y al prójimo en el Templo de Jerusalén, en el lugar religioso más sublime y santo para un judío del tiempo de Jesús. Era el lugar del sacrificio, del perdón, del encuentro, la morada que Dios se había elegido, el santuario por excelencia, allí estaba el verdadero sagrario, allí se conservaba, en el lugar más sagrado y santo, el código de la Alianza, el pacto entre Dios y el pueblo.

Fue en el Templo donde Jesús declaró que el amor es el principio y fundamento de la verdadera religión. Sin amor, la ley y los preceptos se vuelven tiranía, sin amor, nada seríamos, es decir, no seríamos humanos, sin amor todo se vuelve oscuro, estéril, vacío. El amor a Dios que no sea al mismo tiempo amor al prójimo es un fraude, un engaño, una mentira.

Decía San Agustín: Ama y haz lo que quieras. Quien ama no puede sino cumplir la Ley entera. La plenitud del ser, de la existencia, es amar y hacerlo de corazón, con entrega total, con lo que cada uno es, con lo que somos. Dios, en Jesús, se entregó a nosotros totalmente por puro amor y por este mismo amor nos dejó su Palabra para que alcancemos nuestro consuelo.