sábado, 10 de octubre de 2020

Domingo XXVIII del tiempo ordinario

Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 25, 6-10a


Preparará el Señor del universo para todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
porque reposará sobre este monte la mano del Señor».


Salmo 22

R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.

R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.

R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.

R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

R/. Habitaré en la casa del Señor por años sin término



Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4, 12-14. 19-20


Hermanos:
Sé vivir en pobreza y abundancia. Estoy avezado en todo y para todo: a la hartura y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en aquel que me conforta. En todo caso, hicisteis bien en compartir mis tribulaciones.

En pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su riqueza en Cristo Jesús.

A Dios, nuestro Padre, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió a hablar Jesús en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo; mandó a sus criados para que llamaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar otros criados encargándoles que dijeran a los convidados:
“Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda”.
Pero ellos no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás agarraron a los criados y los maltrataron y los mataron. 
El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. 
Luego dijo a sus criados:
“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, llamadlos a la boda”.
Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo:
“Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el vestido de boda?”.
El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los servidores:
“Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos».




Comentario

Bien se puede preguntar en qué consista «el traje de fiesta» y «el vestido de boda», dicho todo esto desde la perspectiva cristiana, que habitualmente identifica el banquete celestial con la Eucaristía. Así es como «el traje de fiesta» y «el vestido de boda» se suelen identificar con las virtudes propias de la vida cristiana, comenzando por la fe y concluyendo con la caridad, el amor.

Tomás de Aquino en su predicación sobre el Credo, puso de manifiesto los cuatro bienes que produce la fe:
  • Por la fe se une el alma a Dios (cf. Os 2,20), de manera que «todo lo que no proceda de la fe es pecado» (Rm 14,23).
  • En segundo lugar, por la fe comienza en nosotros la vida eterna (cf. Jn 17,3).
  • En tercer lugar, la fe dirige la vida presente (cf. Hb 2,4, citado en Rm 1,17 y en Gal 3,11).
  • En cuarto lugar, por la fe vencemos las tentaciones (cf. Hb 11,13; 1 P 5,8).

La fe es la puerta de la vida cristiana y la caridad es su culmen, porque «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Pues bien, san Pablo ha sintetizado maravillosamente en qué consiste la vida cristiana, con otras palabras, cuál sea «el traje de fiesta» y «el vestido de boda». Todo esto se concreta en el amor, porque, si no tengo amor no soy nada (cf. 1 Cor 13). La caridad consiste en avanzar por el camino trazado por la fe, que se manifiesta concreta y operante mediante la caridad.

En el tiempo que nos toca vivir hemos de echar mano tanto de la fe como de la caridad, aunando en nuestra vida personal estas dos dimensiones, que son las que nos relacionan decisivamente tanto con Dios-Trinidad como con nuestro prójimo, de manera que todos seamos capaces de vivir la experiencia del «banquete de bodas», al que el Padre del cielo nos invita para celebrar la presencia salvadora de su Hijo Jesucristo, presente realmente en la Eucaristía.