sábado, 25 de junio de 2022

Evangelio diario: 25-06-2022

Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 41-51

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua.

Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedo en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres.

Estos, creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo.

Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.

Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre:
«Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados».
Él les contestó:
«¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que le dijo.

Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos.
Su madre conservaba todo esto en su corazón.


Comentario

“La expresión “Corazón de la Virgen”, en sentido bíblico: designa la persona misma de santa María Virgen, su “ser” íntimo y único, el centro y la fuente de su vida interior, del entendimiento, de la memoria, de la voluntad y del amor: la actitud indivisa con que amó a Dios y a los hermanos y se entregó intensamente a la obra de la salvación del Hijo”.

San Lucas nos cuenta el episodio de la visita de la familia de Nazaret a Jerusalén, con el adolescente Jesús, que pisa por primera vez el Templo donde años más tarde será protagonista de tantos hechos y discursos, y que “se pierde” voluntariamente entre los doctores.

Al dolor de la momentánea pérdida del hijo, se añade para María y José el de no entender el lenguaje que Jesús emplea para explicar su actuación. María “conservaba estas cosas en su corazón”. Este corazón de María, meditativo, atento, abierto a Dios y a los demás, se convierte en modelo para nosotros, los seguidores de Jesús.

Dice el Evangelio: María “conservaba todas estas cosas en su corazón”. El corazón de la Virgen María tuvo, a lo largo de su vida, muchas cosas sobre las que meditar, desde el anuncio y nacimiento de su Hijo, hasta su muerte y resurrección y la venida del Espíritu.

Las oraciones de la Misa, al hablar del corazón de la Virgen, dicen que es “mansión para el Hijo” y “santuario del Espíritu Santo”, que es “corazón limpio y dócil”, que sabía “guardar con fidelidad y meditar continuamente las riquezas de la gracia del Hijo”.

La liturgia alaba a Dios porque dio a la Virgen María “un corazón sabio y dócil, dispuesto a agradarte; un corazón nuevo y humilde, para grabar en él la ley de la nueva Alianza; un corazón sencillo y limpio, que la hizo digna de concebir virginalmente a su Hijo y la capacitó para contemplarte eternamente; un corazón firme y dispuesto para soportar con fortaleza la espada de dolor y esperar, llena de fe, la resurrección de su Hijo”.

Podemos aprender de la Virgen esta apertura a Dios, esta entereza en la vida, esta profundidad de miras y de entrega. El Corazón de Cristo Jesús, que celebrábamos hace poco, como expresión suprema del amor de Dios a la humanidad, tiene un buen discípulo en el corazón de su madre. Y debería tenerlo en el nuestro, para que sepamos también nosotros meditar, estar atentos, amar, saber sufrir, entregarnos con generosidad. Es la verdadera sabiduría y la garantía de la felicidad eterna.