domingo, 12 de junio de 2022

Domingo de la Solemnidad de la Santísima Trinidad

Primera lectura
Lectura del Libro del Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos? 
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre».




Salmo 32

R/Dichoso el pueblo que el Señor se escogió con heredad

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra.

R/Dichoso el pueblo que el Señor se escogió con heredad

La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió.

R/Dichoso el pueblo que el Señor se escogió con heredad

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre.

R/Dichoso el pueblo que el Señor se escogió con heredad

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor,
venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.

R/Dichoso el pueblo que el Señor se escogió con heredad



Segunda lectura
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8, 14-17

Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritan «¡Abba, Padre!». 

Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.





Lectura del santo Evangelio según San Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les habla indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. 
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».





Comentario

Si tuviésemos que resumir el mensaje del Antiguo Testamento en una sola afirmación, podríamos decir que consiste en el permanente empeño de Dios en manifestar su cercanía al pueblo. Desde el inicio de la Escritura se nos presenta a Dios en diálogo con el hombre y con su pueblo. Somos parte de esta herencia y llamada a ser en relación. Conviene recordarlo, pasarlo por el corazón. Necesitamos cultivo y cuidado expreso de la profundidad del ser que confiere sentido a la vida, pulso a la realidad, y soporte a lo afectivo. La iniciativa de Dios Padre es el origen que nos capacita para ser originales, la fuente que sacia nuestra sed y torna transparente la soledad.

Lo contrapuesto al amor no es el pecado sino el temor que nos induce a la desconfianza de la que brota todo lo oscuro. Nuestra fe no consiste en una confesión doctrinal impecable en un solo Dios, sino en una confianza insobornable en un Dios único, personal, entrañable y universal. La vivencia de él y la convivencia con él nos tornan encarnación, hijos del Dios vivo que nos vivifica, iguala y hace responsables unos de otros. El fuego del Espíritu diluye todo cuanto opaca la imagen de Dios en nosotros y estrecha el vínculo que nos permite reconocernos hermanos.

El grupo de los discípulos regresan a Galilea, al nuevo comienzo que no olvida la pequeña semilla del principio. Ya no están dispersos, todos son convocados al anuncio, a la seducción por contagio. Es la palabra como espada, la presencia viva de Jesús y un proyecto compartido lo que les cohesiona, impulsa y renueva. Han renacido siendo los mismos, el evangelio no esconde sus dudas y esto nos anima en medio de las nuestras.

El camino del discípulo, de toda comunidad, es un proceso atravesado por la gratuidad del amor de Dios; que nos devuelve a la historia, conscientes por igual, tanto de los límites como de las posibilidades. En la fidelidad de Cristo anclamos la intensa convicción de que nuestra plenitud es ya una realidad germinal y que la alegría del Reino se fragua en un banquete donde hay puesto para todos.

En este día Pro Orantibus hacemos memoria de los monjes y monjas que son atraídos por un estilo de vida contemplativo. Todos somos convocados a vivir de modo explícito, nuestra condición de templos, a conciliar lo cotidiano con el silencio que restaura y la serenidad que sana. Dichoso quien se expone a padecer el vértigo de soltar los esquemas que reducen el crecimiento, la creatividad y la comunión. 

“Oh tú, que has puesto tu morada
en lo profundo de mi ser,
yo quiero ir hacia ti,
en lo profundo de mi ser”