martes, 14 de septiembre de 2021

Santoral: Exaltación de la Santa Cruz

La exaltación de la Cruz
del Tabernáculo de Fráncfort (1605) - Adam Elsheimer
En el panel central se muestra la glorificación de la cruz por los santos, los profetas y los ángeles. A la derecha, están los 4 patriarcas, incluidos Moisés, Abraham y el rey David. Jonás está sentado sobre el pez, mirando hacia la cruz, y santa Catalina y María Magdalena se abrazan fraternalmente. En primer plano, una disputa entre San Sebastián y los 4 Padres de la Iglesia, el Papa Gregorio, San Jerónimo, San Ambrosio y San Agustín, con los primeros mártires cristianos San Esteban y San Lorenzo.

Al comienzo del capítulo V de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, que trata del año litúrgico, se afirma: «La santa Madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo... Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación» (SC 102).

En la cruz transfigurada por la resurrección se resume y concentra «la obra salvífica» que Cristo realizó, en ella brillan con luz nueva dos misterios de la redención», junto a ella los creyentes beben, como de fuente inagotable, «la gracia de la salvación». Si la tiniebla resplandeciente envolvía la cruz del Viernes Santo sumiéndonos en dolor inconsolable por la muerte del Señor, en la fiesta de la Exaltación cantamos con alegría y sincero agradecimiento al madero de la cruz, árbol de la vida, símbolo real de nuestra redención. Como reza la liturgia evocando la profecía de Ezequiel', "en medio de la ciudad santa de Jerusalén está el árbol de la vida, y las hojas del árbol sirven de medicina a las naciones» (ant. 2, 1 Vísp;).

La celebración litúrgica de este día nos transporta al Calvario para abrazarnos a la cruz, o mejor para dejarnos abrazar por ella, de modo que imprirna su marca en nosotros, pues la cruz es el signo y la señal del cristiano. La cruz nos identifica como discípulos del Crucificado, resucitado por el poder de Dios. La Exaltación de la Santa Cruz, al ponernos en el centro de la memoria y de la contemplación el significado redentor de este árbol de vida, nos invita a la alabanza y a la adoración, los dos ejes de la liturgia de esta fiesta.

La Exaltación de la Santa Cruz nos invita a la acción de gracias y a la adoración: por el madero de la Cruz nos vino la salvación; en ella ha muerto, por nosotros, el Hijo de Dios, misterio de salvación que lo acogernos en la fe postrados en humilde adoración.

La cruz es el signo de la victoria del amor y de la gracia, porque en ella Cristo derrotó a los poderes de este mundo, el pecado y la muerte. La cruz nos identifica como cristianos, porque nos introduce en el destino sacrificial del Maestro.

Por la muerte de Cristo en ella, la cruz, de instrumento de tortura y maldición, ha pasado a ser el símbolo de la redención. Ella nos abraza cuando nos signamos a lo largo de la vida, desde el mismo umbral del bautismo hasta el momento de cerrarnos los ojos al concluir nuestra peregrinación por este mundo. La cruz corona nuestros montes como señal que invita a elevar más arriba la mirada; está en los caminos a modo de brújula celeste que nos orienta en las encrucijadas de la vida; preside nuestras iglesias como memoria perpetua de la obra de la redención que en ellas conmemoramos. La cruz no es un amuleto o un bello adorno para orejas, nariz o cuello; la cruz es el símbolo más serio, más entrañable, más exigente y comprometedor, porque es el signo de la vida alcanzada al precio de la muerte. A los cristianos nos corresponde mostrar en todo tiempo y lugar la veneración y estima por este signo santo.

«Cuando hagas la señal de la Cruz, procura que esté bien hecha. No tan de prisa y contraída, que nadie la sepa interpretar. Una verdadera cruz, pausada, amplia, de la frente al pecho, del hombro izquierdo al derecho. ¿No sientes cómo te abraza por entero? Haz por recogerte; concentra en ella tus pensamientos y tu corazón, según la vas trazando de la frente al pecho y a los hombros, y verás que te envuelve en cuerpo y alma, de ti se apodera, te consagra y santifica.

¿Y por qué? Pues porque es signo de totalidad y signo de redención. En la Cruz nos redimió el Señor a todos, y por la Cruz santifica hasta la última fibra del ser humano. De ahí el hacerla al comenzar la oración, para que ordene y componga nuestro interior, reduciendo a Dios pensamientos, afectos y deseos; y al terminarla, para que en nosotros perdure el don recibido de Dios; y en las tentaciones, para que él nos fortalezca; y en los peligros, para que él nos defienda; y en la bendición, para que, penetrando la plenitud de la vida divina en nuestra alma, fecunde cuanto hay en ella.

Considera estas cosas siempre que hagas la señal de la Cruz. Signo más sagrado que éste no lo hay. Hazlo bien, pausado, amplio, con esmero. Entonces abrazará él plenamente tu ser, cuerpo y alma, pensamiento y voluntad, sentido y sentimientos, actos y ocupaciones; y todo quedará en Él fortalecido, signado y consagrado por virtud de Cristo y en nombre de Dios uno y trino».