martes, 14 de septiembre de 2021

Evangelio diario: 14-09-2021

Lectura del santo evangelio según san Juan 3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. 

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. 

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. 

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios». 




Comentario 

El Evangelio nos dice con toda claridad que el único que puede subir al Cielo es el que bajó de allí, el Hijo del Hombre que descendió de lo Alto hasta nuestras miserias más profundas para sacarnos de ellas y elevarnos con Él al Padre. 

Sí, Dios que nos ama tanto tiene para nosotros designios de vida y de paz; y no quiere que ni uno se pierda. Este es el Evangelio, la Buena Noticia que nos grita la Cruz. 

Ella nos da la certeza de que somos infinitamente amados por el Señor y que nada puede apartarnos de su amor. En ella, Él nos espera siempre con los brazos abiertos. En ella, abraza y acoge nuestra debilidad y todo nuestro dolor y sufrimiento, dándoles sentido, valor y redención. 

A su sombra, todo nuestro ser y nuestra historia se llenan de luz. Y de ella nos viene la fuerza para amar y seguir a Jesucristo, para permanecer fieles y para dar la vida como Él, porque ahí nos entrega su Espíritu. Ahí nuestro hombre viejo es clavado y muere, ahí se renueva nuestra existencia. 

Por todo esto, la Iglesia nos invita a través de esta fiesta, a mirar con más frecuencia a la Cruz, a creer en el amor que el Señor nos declara a través de ella, a dejarnos limpiar y rescatar por Él. El Señor no nos pide más que esta fe, abrir nuestra vida a su misericordia, recibir su perdón, su abrazo sanador, la vida que ganó para nosotros con su sangre. 

Adorar la Cruz es la respuesta lógica de un corazón agradecido que no puede más que responder con amor a tanta bondad. Nos gloriamos en la Cruz, signo indeleble de la Nueva Alianza, porque en ella somos agraciados, salvados y libertados, desposados para siempre con el Señor. Con toda razón ella es nuestra máxima esperanza y fuente perenne de alegría y consuelo. 

Sólo Dios puede hacer surgir luz del seno de las tinieblas y esta maravilla consumada en el Calvario y en nuestro bautismo, se renueva sin cesar por la fe, en nuestras vidas. No olvidemos: mirar al Traspasado, creer en su amor, dejarnos salvar por Él.