sábado, 18 de septiembre de 2021

Domingo XXV del Tiempo Ordinario

Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría 2, 12. 17-20


Se dijeron los impíos:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.

Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte.

Si es el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos.

Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.

Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según, dice Dios lo salvará».



Salmo 53

R/ El Señor sostiene mi vida.

Oh Dios, sálvame por tu nombre,
sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica,
atiende a mis palabras.

R/ El Señor sostiene mi vida.

Porque unos insolentes se alzan contra mí,
y hombres violentos me persiguen a muerte,
sin tener presente a Dios.

R/ El Señor sostiene mi vida.

Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio voluntario,
dando gracias a tu nombre, que es bueno.

R/ El Señor sostiene mi vida.




Segunda lectura
Lectura de la carta del Apóstol Santiago 3, 16–4, 3


Queridos hermanos:
Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones.

En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.

El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.

¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis porque no pedís.

Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.





Lectura del santo Evangelio según San Marcos 9, 30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.

Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.

Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.

Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».





Comentario

Hubo momentos y espacios que Jesús dedicó especialmente a sus discípulos… se les suponía más preparados para entender cosas que los demás no podían pues carecían de referencias y experiencias consecuencia de una convivencia y relaciones más estrechas… Pero los discípulos parece que eran selectivos a la hora de enterarse de aquello que el Maestro les hablaba.

Jesús anuncia, es el segundo anuncio, cuál va a ser su destino consecuencia de su obrar y respuesta del ser humano que ve amenazada su seguridad, su poder, su verdad. Los discípulos, tienen su cabeza y su corazón en otro sitio. Demasiado, quizás, centrados en sí mismos. Cada cual a lo suyo… ambicionando su seguridad, su poder, su verdad. Oían, no escuchaban, no podían entender, por tanto, lo que Jesús les decía, pero tampoco preguntaban por si acaso, lo que nos hace pensar que algo intuían. Ya sabéis eso de “ojos que no ven, corazón que no siente”, lo que no se sabe, no lo hemos oído, no nos compromete. Vamos a asegurarnos el primer puesto

Parece evidente que los discípulos pensaban lo contrario que su Maestro. La causa que movía a Jesús, no era lo más importante para sus discípulos. Cada uno pensaba en sí mismo.

Reflexionemos sobre las siguientes cuestiones: Primera, entender que significa servir y hacerlo por amor. Segunda, qué significa “ser como niños”. Tercera, acoger y sentirse acogido: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado” (Mc 9, 37).