sábado, 27 de febrero de 2021

Evangelio diario: 27-02-2021

Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. 
Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. 
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».





Comentario

Las catequesis que nos han llegado de Jesús gracias al evangelista Mateo son grandilocuentes. La presente trata sobre la lógica de Dios a la hora de ser personas justas. “El pueblo que el Señor se escogió como heredad” había ido ajustando tanto la Justicia de Dios a la letra humana que la primera estaba desvirtuada. Es por eso que Jesús les dice “habéis oído que se dijo (…) Yo, en cambio, os digo”.

Jesús, en este discurso que comenzó con las bienaventuranzas, equipara justicia, perfección y dicha; atributos de Dios Padre y de todos nosotros, sus hijos, si vivimos divinamente. Sin embargo, el programa de perfección planteado es harto difícil de llevar a cabo: ¡Amar a mi enemigo! ¡Eso sólo es posible para Dios que es capaz de hacer salir el sol para malos y buenos y mandar la lluvia a justos e injustos!

Si nos ceñimos a ese argumento, estamos agarrándonos a una falacia y nos hacemos daño a nosotros mismos. Dios es amor y si acogemos a Dios, estamos acogiendo al Amor. Ese Amor se encarnó y habita entre nosotros: Cristo. Él tuvo que aprender a amar a sus enemigos y lo aprendió perdonando, hasta el punto de pedir el perdón para ellos desde la cruz. Entonces, ¿cómo nos está pidiendo Dios que amemos a nuestros enemigos? ¿Cómo hacer lo extraordinario? Dios nos pide que los pongamos en sus manos; pues si al menos somos capaces de orar a Dios poniéndolos en su presencia, ya estamos (aprendiendo a amar) amándolos según la justicia divina, única senda verdadera para ser merecedores hijos de nuestro Padre celestial y ser perfectos como Él lo es.