sábado, 6 de febrero de 2021

Domingo V del tiempo ordinario

Primera lectura
Lectura del libro de Job 7, 1-4. 6-7


Job habló diciendo:
«¿No es acaso milicia la vida del hombre sobre la tierra,
y sus días como los de un jornalero?;
como el esclavo, suspira por la sombra;
como el jornalero, aguarda su salario.
Mi herencia han sido meses baldíos,
me han asignado noches de fatiga.
Al acostarme pienso: "¿Cuándo me levantaré?"
Se me hace eterna la noche
y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Corren mis días más que la lanzadera,
se van consumiendo faltos de esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo,
que mis ojos no verán más la dicha».




Salmo 146

R. Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.

Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.

R. Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.

Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.

R. Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.

Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.

R. Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.




Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23


Hermanos:
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!

Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio.

Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio.

Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo para todos, para ganar, sea como sea, a algunos.

Y todo lo hago por causa del Evangelio, para participar yo también de sus bienes.






Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».
Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.



Comentario

La Palabra de este domingo no intenta dar clases teóricas en torno al problema del dolor o del sufrimiento. Manifiesta con toda naturalidad la conexión de esa realidad con el Dios de la encarnación y, como consecuencia, con la misión eclesial.

La pista de esa conexión la hallamos en el evangelio. Jesús sale de la sinagoga y sana a cuantas personas encuentra en su camino. La primera la suegra de Simón, que le acoge en su casa. Después a las multitudes que acuden a la puerta (“curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”). El Nazareno no especula ante el sufrimiento, sencillamente intenta aliviarlo o hacerlo desaparecer. Expresado en otros términos: el Dios revelado por Jesucristo no quiere que la gente padezca el mal. Por eso hace todo lo posible por evitarlo. La misión del Hijo de Dios, el servicio del Reino, es la prueba palmaria de este hecho. La palabra y la actuación del Maestro de Nazaret son, por así decirlo, una especie de cruzada contra el mal, sea cual sea su causa.

Es relevante subrayar que este camino práctico contra el mal de Jesús solo se entiende desde la experiencia de Dios. Y hay aquí un dato que no se debe olvidar. Jesús, antes de curar, viene del encuentro con Dios en la sinagoga (en la Palabra) y, después, se retira a solas a orar. Lo que Jesús dice o hace para romper la experiencia del dolor de los hermanos brota de su relación con el Padre. La auténtica experiencia de Dios no aleja, sino que acerca al mundo del dolor.

En este sentido, el Dios de Jesús es un Dios compasivo y cercano que se identifica con el doliente y hace lo posible por amainar su dolor. Esta cercanía es fruto del amor y llega, como sabemos, hasta el extremo de cargar con el sufrimiento de los demás. Hay aquí una enseñanza a retener. Dios no quiere el mal, como el ser humano no quiere el mal. La única receta frente a sus zarpazos es el amor, vía práctica que lo combate en términos de solidaridad y cercanía, de entrega generosa y ofrecimiento, de asunción en la propia carne…

Hay otro elemento a considerar: la universalidad de la cruzada contra el mal de Jesús. Los discípulos encuentran a Jesús, que está en oración, y le dicen: “todo el mundo te busca”. Él responde: “Vámonos a otra parte para predicar también allí, que para eso he venido”. La misión del Maestro de Nazaret es una misión abierta. Tan abierta como los horizontes de lo humano y del mundo. Se trata de una misión universal. Ha de llegar a todos. Y esto porque el dolor y el mal, en la forma que sea, afectan a todos los hombres y mujeres del mundo.

En clara correspondencia, la universalidad de la misión de Jesús conecta con la misión de sus discípulos enviados al mundo entero, como él, a anunciar la buena noticia y a sanar a los enfermos. En la segunda lectura, Pablo da cuenta de ese ministerio, que es el que da sentido a su vida. Ministerio sostenido por la clave del amor y del servicio que brota del camino abierto por Jesucristo: “me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todos a todos para ganar, sea como sea, a a algunos. Y lo hago por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes”. En este sentido, la Iglesia, como dice el papa Francisco ha de ser “un hospital de campaña”, “una Iglesia samaritana”. Su labor es la de luchar con las armas del evangelio contra el mal.

¿Tiene sentido la vida si hay mal? Según lo que la Palabra nos enseña en este quinto domingo del tiempo ordinario, desde la fe en el Dios encarnado, el sentido de la vida es, con y por Jesús, a través de la palabra y la acción movidas por el amor, tratar de acabar con el mal y el sufrimiento.