sábado, 7 de noviembre de 2020

Domingo XXXII del tiempo ordinario

Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría 6, 12-16


Radiante e inmarcesible es la sabiduría,
la ven con facilidad los que la aman
y quienes la buscan la encuentran.

Se adelanta en manifestarse a los que la desean.
Quien madruga por ella no se cansa,
pues la encuentra sentada a su puerta.
Meditar sobre ella es prudencia consumada
y el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones.

Pues ella misma va de un lado a otro
buscando a los que son dignos de ella;
los aborda benigna por los caminos
y les sale al encuentro en cada pensamiento.


Salmo 62

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Oh, Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.

En el lecho me acuerdo de ti
y velando medito en ti,
porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo.

R/. Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.



Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 4, 13-18

No queremos que ignoréis, hermanos, la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza.

Pues si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual modo Dios llevará con él, por medio de Jesús, a los que han muerto.

Esto es lo que os decimos apoyados en la palabra del Señor:
Nosotros, los que quedemos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que hayan muerto; pues el mismo Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar; después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos entre nubes al encuentro del Señor, por los aires.
Y así estaremos siempre con el Señor.
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.




Lectura del santo evangelio según san Mateo 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. 
Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes. 
Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. 
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. 
A medianoche se oyó una voz:
“¡Qué llega el esposo, salid a su encuentro!”.
Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas. 
Y las necias dijeron a las prudentes:
“Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”.
Pero las prudentes contestaron:
“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. 
Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo:
“Señor, señor, ábrenos”.
Pero él respondió:
“En verdad os digo que no os conozco”.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».



Comentario

La primera lectura nos hace una invitación: a desear la Sabiduría. Y para acceder a ella, necesitamos una actitud constante de búsqueda y de apertura. Así dice el texto: 
«Fácilmente la ven los que la aman -y la encuentran los que la buscan-. Se anticipa a darse a conocer a los que la desean. Quien temprano la busca no se fatigará, pues a su puerta la hallará sentada… Ella misma busca por todas partes a los que son dignos de ella…»
La Sabiduría se nos da en plenitud en la Palabra hecha carne, en Jesucristo; Él da sentido a nuestra vida y satisface nuestras aspiraciones. Pero como leemos en el evangelio de san Juan: «la Palabra (Jesús), vino a los suyos y no la recibieron».

Nuestra experiencia del Dios-con-nosotros, del Reino anunciado y traído por Jesús, nos ayuda a conseguir que nuestra vida tenga un porqué y un para qué. Es una experiencia fundante que nos convierte en sal de la tierra, en luz del mundo, en levadura. Que las distracciones de nuestra vida no nos hagan perder de vista la llamada que se nos ha hecho porque este proyecto necesita de todo nuestro tiempo, atención, cariño y entrega.

Esta responsabilidad personal y llamada a la vigilancia, no se debe convertir en un pensamiento obsesivo ni agobiante. La búsqueda del Reino de Dios no es nada traumático, ni algo ajeno a nosotros, que esté fuera o lejos. En realidad, se trata de buscar en nosotros mismos, de penetrar en nuestra interioridad, de vernos tal cual somos, de sentir un “Yo” distinto a mi "yo" en lo que sentimos y hacemos. En la primera lectura se nos invita a esa búsqueda serena y gozosa de algo que se nos cruza diariamente en el camino, que nos espera sentado en la puerta de nuestra casa, la Sabiduría.

En el día de hoy, se nos invita a abrir los ojos y reconocer a Dios en los acontecimientos vividos. Esto requiere el estar vigilantes, tener encendida nuestra lámpara, en el aquí y ahora, en nuestra familia, en la comunidad, en nuestro pueblo o ciudad, en nuestro país, a través de los distintos hechos vividos, sean dolorosos o felices…, a través de esto que llamamos vida. En ella se manifiesta Dios, y nos pide una respuesta evangélica.

El Reino de Dios “está dentro de nosotros”, es esa tensión escatológica que tanto nos cuesta entender del "ya cumplido, pero aún no realizado", no tenemos que buscarlo fuera. No es algo material, es una forma de existencia, una manera de responder ante las distintas circunstancias de la vida.

Estemos vigilantes, pues el Señor está presente siempre en los distintos acontecimientos de nuestra vida. Y esa vigilancia ha de ser serena y confiada en la búsqueda: el Reino está más cerca de lo que pensamos. El buscarlo ya es poseerlo, es formar parte del Reino.