sábado, 28 de noviembre de 2020

Domingo I de Adviento



Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7

Tú, Señor, eres nuestro padre,
tu nombre desde siempre es «nuestro Libertador».
¿Por qué nos extravías, Señor, de tus caminos,
y endureces nuestro corazón para que no te tema?
Vuélvete, por amor a tus siervos
y a las tribus de tu heredad.

¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!
En tu presencia se estremecerían las montañas.
«Descendiste, y las montañas se estremecieron».
Jamás se oyó ni se escuchó,
ni ojo vio un Dios, fuera de ti,
que hiciera tanto por quien espera en él.

Sales al encuentro
de quien practica con alegría la justicia
y, andando en tus caminos, se acuerda de ti.
He aquí que tu estabas airado
y nosotros hemos pecado.

Pero en los caminos de antiguo
seremos salvados.
Todos éramos impuros,
nuestra justicia era un vestido manchado;
todos nos marchitábamos como hojas,
nuestras culpas nos arrebataban como el viento.
Nadie invocaba tu nombre,
nadie salía del letargo para adherirse a ti;
pues nos ocultabas tu rostro
y nos entregabas al poder de nuestra culpa.

Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre,
nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero:
todos somos obra de tu mano.



Salmo 79

R/ Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha;
tú que te sientas sobre querubines, resplandece;
despierta tu poder y ven a salvarnos.

R/ Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Dios de los ejércitos, vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña.
Cuida la cepa que tu diestra plantó,
y al hijo del hombre que tú has fortalecido.

R/ Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste.
No nos alejaremos de ti:
danos vida, para que invoquemos tu nombre.

R/ Oh, Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.




Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 3-9


Hermanos:
A vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.

Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; pues en él habéis sido enriquecidos en todo: en toda palabra y en toda ciencia; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo, de modo que no carecéis de ningún don gratuito, mientras aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.

Él os mantendrá firmes hasta el final, para que seáis irreprensibles el día de nuestro Señor Jesucristo.

Fiel es Dios, el cual os llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.





Lectura del santo evangelio según san Marcos 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. 
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. 
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. 
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».




Comentario

La primera parte del adviento orienta nuestra mirada hacia el Señor glorioso que un día vendrá a nuestro encuentro, al final de los tiempos. En Navidad celebraremos que ese que vendrá con gloria es el mismo que vino en la humildad de nuestra carne.

Pero ahora el Adviento nos lleva a hablar de la esperanza en la venida del Señor al final de los tiempos. Para cada uno, el final de nuestro tiempo es la hora de nuestra muerte, el momento de la salida de este mundo. Pues bien, tenemos que esperar ese momento con paz y serenidad, porque precisamente entonces Dios se nos hará más presente que nunca. Dios nos acogerá con un amor como no hay otro, nos abrazará para no soltarnos nunca de sus manos.

El evangelio que hemos escuchado nos exhorta a estar siempre vigilantes, porque no sabemos cuando va a ocurrir el encuentro definitivo con el Señor de la gloria. Para dejar claro que siempre hay que estar preparado, cuenta una pequeña parábola que recuerda los cuatro momentos en que se divide el día y en los que el gallo canta: el amanecer, el mediodía, la media tarde y la mitad de la noche. Siempre hay que estar preparado, no sólo porque el Señor de la gloria puede venir en cualquier momento, sino porque siempre está viniendo a nuestras vidas, y el creyente tiene mucho interés en descubrir esa permanente venida.

Escucharemos en el prefacio de la Eucaristía, que el Señor glorioso que vendrá al final de los tiempos, “viene ahora a nuestro encuentro en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y por el amor demos testimonio de la espera dichosa de su reino”. El profeta Isaías, en la primera lectura, ha dicho claramente que Dios sale al encuentro del que practica la justicia. Y el Apóstol Pablo, en la segunda lectura, nos dice a nosotros, que aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, que importa mucho salir bien parados cuando tengamos que presentarnos ante el tribunal de Jesucristo. Para salir bien parados nada mejor que encontrar hoy al Señor presente ya en nuestras vidas y en cada uno de los hermanos que se aproximan a nosotros.

El adviento es tiempo de atención y de cuidado, tiempo de vigilancia dice Jesús en el Evangelio. Tiempo de estar atentos. Atentos a tantas injusticias y desigualdades; atentos a quienes más sufren las consecuencias de esta pandemia; atentos a los grupos, personas e instituciones que están empeñadas en cuidar la tierra y cuidar de los habitantes de la tierra; atentos para consumir de forma que la vida sea abundante para todos; atentos a lo que está diciendo el Espíritu en los signos de los tiempos; atentos para descubrir el rostro de Cristo en quién nos necesita; atentos para no hacer ningún daño ni causar ninguna lágrima.

Hablar, saber, hacer: hablar palabras positivas, palabras de reconciliación, palabras que unan y no dividan. Saber que todos somos hijos de Dios, que Dios ama a todos con todo su amor, y quiere para cada uno un presente y un futuro lleno de vida. Y hacer, o sea cuidar unos de otros, cuidar la tierra que nos da el alimento, cuidar sobre todo de los más necesitados. Esos son los caminos del Señor de los que habla el profeta Isaías. Ese es el camino que nosotros estamos llamados a recorrer en este tiempo de adviento y siempre.