sábado, 19 de junio de 2021

Domingo XII del Tiempo Ordinario

Primera lectura
Lectura del Libro de Job 38, 1. 8-11


El Señor habló a Job desde la tormenta:
«¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?».





Salmo 106

R/ Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.

R/ Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo.

R/ Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar.

R/ Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.

R/ Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.





Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 5, 14-17


Hermanos:
Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron.

Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así.

Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.




Lectura del santo Evangelio según San Marcos 4, 35-41

Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal.

Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».
El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!».





Comentario

Al subir a la barca donde está Jesucristo, no se consideran las cosas desde la mediocridad, ni desde la avaricia. Al subirse a la barca de Jesús, las conveniencias y los ensueños acomodaticios se desvanecen. De pronto uno sabe que se adentra en la aventura de una eterna novedad. Puede que arrecien los vientos y puede que el oleaje suscite temores, puesto que la verdad siempre es incómoda y el amor, contrariamente a lo que pasa con el odio, permite percibir la realidad desde la perspectiva de su horizonte que es luminoso, sereno y vital.

Ser discípulo de Jesús proporciona la plena conciencia de uno mismo y suscita la verdadera responsabilidad de no confiar en nosotros mismos, sino sólo en El. Jesús, aún dormido, es garantía de salvación. Basta su palabra, un simple gesto, para que el mar, que sigue siendo proceloso y amenazante, se calme y la barca, lejos de zozobrar, se mantenga firme en su rumbo. El discípulo aprende que el apremio del amor de Jesús es causa de esperanza, garantía de vida y seguridad.

Cuando los discípulos descubren que sólo en la barca con Jesús hay vida y salvación, no tienen miedo de echar las redes y extender las pasarelas, aunque el agua y el salitre salpiquen. Así facilitan que quienes hayan caído por la borda de la desesperanza o de la autocomplacencia, puedan ser atraídos a la barca donde no se valora a nadie por las apariencias, sino que, simplemente, sin cobardías, se le ama. Donde no son los ruidos del odio y la injusticia quienes gobiernan, sino el silencio del que, por amor, dio su vida para que todos la tengan en abundancia.