viernes, 25 de diciembre de 2020

Natividad del Señor

Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 52, 7-10


¡Qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que proclama la paz,
que anuncia la buena noticia,
que pregona la justicia,
que dice a Sión: «¡Tu Dios reina!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo
a los ojos de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra
la salvación de nuestro Dios.




Salmo 97


R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios

Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios

El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios

Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
gritad, vitoread, tocad.

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios

Tañed la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamad al Rey y Señor.

R/. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios




Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6


En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.

En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.

Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy»; y en otro lugar: «Yo seré para él un padre, y el será para mi un hijo»?

Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos los ángeles de Dios».



Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 1-18

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.

Él estaba en el principio junto a Dios.

Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.

En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.

No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.

El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.

En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.

Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.

Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni  de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.

Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.

Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.



Comentario

En la fiesta de Navidad celebramos la Encarnación del Hijo de Dios. Las lecturas de la Eucaristía de hoy nos ayudan a comprender por qué es tan importante esta fiesta.

En los Evangelios hay dos formas de explicarlo. Por una parte, tenemos las narraciones que nos ofrecen san Mateo y san Lucas del nacimiento del Señor. Y por otra, tenemos el Prólogo del Evangelio según san Juan, que la liturgia nos ofrece hoy. Se trata de un texto que es fruto de una profunda reflexión y vivencia en el seno de la comunidad joánica. Fue escrito en torno a la década de los años 90, más de 60 años después de la muerte y resurrección del Señor. Es decir, en este texto el evangelista sintetiza bellamente cómo vivió la Navidad aquella comunidad cristiana durante más de seis décadas. Es un testimonio espiritual de aquellos primeros cristianos.

Jesús era para ellos la Palabra que había transformado su vida totalmente. Ellos vivían antes en tinieblas, pero la Palabra les trajo la luz. Dio sentido a su existencia. Sentían plenamente que era una Palabra venida del Cielo, enviada por Dios Padre para traer la felicidad a este mundo. Y era una vivencia que ellos compartían comunitariamente.

Pero aquellos cristianos conocieron a otras personas que, por desgracia, no supieron abrir su corazón a la Palabra y no permitieron que ella les transformase. Éstos escucharon la Palabra con oídos mundanos, cargados de egoísmo, rencor y superficialidad. Por eso no la reconocieron y siguieron con su vida de pecado. Sin embargo, los miembros de la comunidad joánica sí habían sabido escuchar la Palabra con los oídos de su corazón. Y movidos por ella, superaron su vida de caprichos, soberbia, y vanidad. A éstos, nos dice el evangelista que la Palabra les cambio la vida, les hizo conscientes de que son hijos de Dios. Y así, su vida se llenó de verdadero amor y de auténtica felicidad. Esto supuso para ellos un nuevo nacimiento, pasando a ser «hombres nuevos», como diría san Pablo.

Ante esta vivencia tan profunda, es lógico que aquellos cristianos viesen el nacimiento del Señor como la venida al mundo de la Palabra que estaba junto a Dios. Porque sentían que la Palabra es el mismo Dios y que es una Palabra de vida. Una vida que es la luz de la humanidad, porque da significado a toda la existencia. De ahí la alegría que aquellos cristianos experimentaban al celebrar la Encarnación del Hijo de Dios.

La lectura del profeta Isaías nos muestra muy bien esa alegría, pues nos lleva a uno de los momentos más felices del Pueblo de Israel. Es el año 538 antes de Cristo. El rey Ciro de Persia había vencido al imperio babilónico el año anterior y hacía unos 50 años que miles de judíos habían sido deportados por el emperador Nabucodonosor a Babilonia, como represalia por haberse revelado contra él. Muchas de aquellas familias judías fueron a vivir a la capital del imperio o a otras grandes ciudades.

Pero también hubo familias que se asentaron en pequeños pueblos situados en medio del campo. Y a estos pueblos llegaban las noticias por medio de mensajeros enviados desde la capital. Pues bien, el profeta Isaías nos habla de aquel impactante momento en el que se enviaron mensajeros para anunciar que el rey Ciro había decretado que los judíos que así lo deseasen podían regresar a su hogar: a Jerusalén. Es fácil imaginar el estallido de júbilo, alegría y felicidad que vivieron aquellos judíos. Su corazón se llenó de esperanza y de paz.

Bueno, pues eso es lo que vive la Iglesia el día de Navidad. Durante la Eucaristía, la comunidad cristiana celebra que, aquello que Dios prometió durante siglos por medio de los profetas, se ha cumplido hace unos 2020 años, cuando Jesús, el Hijo de Dios, nació en Belén. Pero sobre todo celebramos que se cumple hoy, pues Jesús nace ahora en nuestro corazón, y en el corazón de nuestra familia, tal y como hizo en la comunidad joánica en tiempos pasados.

Hoy es un día para mostrarse especialmente amables, alegres y agradecidos. Es un día para compartir la Luz que viene del Cielo para acampar entre nosotros. Siguiendo las palabras de la carta a los Hebreos que nos entrega hoy la liturgia, es un día para adorar en familia al Niño Jesús, junto a los ángeles de Dios. Porque Él es reflejo de la gloria divina e impronta de su ser.