sábado, 19 de diciembre de 2020

Domingo IV de Adviento



Primera lectura
Lectura del segundo libro de Samuel 


Cuando el rey David se asentó en su casa y el Señor le hubo dado reposo de todos sus enemigos de alrededor, dijo al profeta Natán:
«Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios habita en una tienda».
Natán dijo al rey:
«Ve y haz lo que desea tu corazón, pues el Señor está contigo».

Aquella noche vino esta palabra del Señor a Natán:
«Ve y habla a mi siervo David: “Así dice el Señor: ¿Tú me vas a construir una casa para morada mía? 
Yo te tomé del pastizal, de andar tras el rebaño, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. He estado a tu lado por donde quiera que has ido, he suprimido a todos tus enemigos ante ti y te he hecho tan famoso como los grandes de la tierra. 
Dispondré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que resida en el sin que lo inquieten, ni le hagan más daño los malvados, como antaño, cuando nombraba jueces sobre mi pueblo Israel. A ti te he dado reposo de todos tus enemigos. Pues bien, el Señor te anuncia que te va a edificar una casa. 
En efecto, cuando se cumplan tus días y reposes con tus padres, yo suscitaré descendencia tuya después de ti. Al que salga de tus entrañas le afirmaré su reino. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. 
Tu casa y tu reino se mantendrán siempre firmes ante mí, tu trono durará para siempre”».




Salmo 88

R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
Porque dijiste: «Tu misericordia es un edificio eterno»,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad.

R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

«Sellé una alianza con mí elegido,
jurando a David, mi siervo:
Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades».

R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.

«Él me invocará: “Tú eres mi padre,
mi Dios, mi Roca salvadora”.
Le mantendré eternamente mi favor,
y mi alianza con él será estable.

R. Cantaré eternamente tus misericordias, Señor.



Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 16, 25-27

Hermanos:
Al que puede consolidaros según mi Evangelio y el mensaje de Jesucristo que proclamo, conforme a la revelación del misterio mantenido en secreto durante siglos eternos y manifestado ahora mediante las Escrituras proféticas, dado a conocer según disposición del Dios eterno para que todas las gentes llegaran a la obediencia de la fe; a Dios, único Sabio, por Jesucristo, la gloria por los siglos de los siglos. Amén.





Lectura del santo evangelio según san Lucas 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.




Comentario

El sobrio lienzo teológico hilvanado por Lucas en base a textos proféticos del Antiguo Testamento recoge la fe firme e inquebrantable de los primeros cristianos en la misteriosa encarnación de Jesús, desvelada a la luz de las Escrituras. Un texto en el que el evangelista nos deja también la impronta de su recia y peculiar espiritualidad: es el Espíritu de Dios quien lleva la iniciativa y dirige los hilos de la historia, si bien sirviéndose de personas atentas y dóciles a su llamada (Juan el Bautista, María, Isabel, Zacarías, el anciano Simeón). En otras palabras, una historia enmarcada en la trascendencia insondable de un Dios necesitado de la colaboración humana para llevar a cabo sus providentes designios. Es en el encuentro amistoso de la interioridad, no en el fastuoso templo que quería construirle David, donde Dios encuentra su casa, como ocurrió con María.

De ahí el jubiloso canto de alabanza en que prorrumpe, agradecido, el corazón humano acompañando a María en su Magníficat. La alta cristología que condensa la escena evangélica de la Anunciación, cargada de resonancias bíblicas, nos introduce en el insondable misterio del niño que va a nacer, “concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”. Nada extraño, pues, que el apóstol Pablo, en la doxología final de su carta a los romanos, prorrumpiera igualmente en un cántico de alabanza porque el proyecto salvífico de Dios, oculto desde la eternidad, ha sido ahora revelado en Cristo: revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen. 


Sólo nos queda sumarnos al salmista en alabanza a la gloria de Dios, pues firme es el amor de su alianza con nosotros; recogernos con María, envuelta y transfigurada por el misterio. La celebración de la cercana Navidad puede ser sin duda un momento propicio para renovar y actualizar la alianza de Dios con su pueblo en “la tienda del encuentro”. Es Él quien toma la iniciativa a la espera de un regazo cálido, como el de María, dispuesto y decidido a dar un sí gozoso y esperanzado a la propuesta del mensajero divino. Con temor y temblor, desbordados por el misterio, pero con la indefectible confianza de quien asiente a la Palabra de un Dios fiel a sus promesas.

Es la actitud reflexiva y contemplativa de María acogiendo la palabra del ángel la que le permite fecundar el fruto de sus entrañas. Como el rey David, soñamos a veces con grandes proyectos. Sin embargo, la Virgen de la Anunciación nos lleva por otros caminos: María, llena de fe, al responder: ‘He aquí la esclava del Señor, hágase en mí lo que dices’, concibió a Cristo en su mente y en su corazón antes que en su seno virginal (San Agustín).


Oh Llave de David y Cetro de la casa de Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.