sábado, 5 de diciembre de 2020

Domingo II de Adviento


Primera lectura
Lectura del libro de Isaías 40, 1-5. 9-11


«Consolad, consolad a mi pueblo
—dice vuestro Dios—;
hablad al corazón de Jerusalén,
gritadle, que se ha cumplido su servicio
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor
ha recibido doble paga por sus pecados».

Una voz grita:
«En el desierto preparadle
un camino al Señor;
allanad en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.

Se revelará la gloria del Señor,
y la verán todos juntos
—ha hablado la boca del Señor—».

Súbete a un monte elevado,
heraldo de Sion;
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá:
«Aquí está vuestro Dios.
Mirad, el Señor Dios llega con poder
y con su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño,
reúne con su brazo los corderos
y los lleva sobre el pecho;
cuida él mismo a las ovejas que crían».




Salmo 84

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación

Voy a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios anuncia la paz
a su pueblo y a sus amigos».
La salvación está cerca de los que le temen,
y la gloria habitará en nuestra tierra.

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación

La misericordia y la fidelidad se encuentran,
la justicia y la paz se besan;
la fidelidad brota de la tierra,
y la justicia mira desde el cielo.

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación

El Señor nos dará la lluvia,
y nuestra tierra dará su fruto.
La justicia marchará ante él,
y sus pasos señalarán el camino.

R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación




Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 3, 8-14


No olvidéis una cosa, queridos míos, que para el Señor un día es como mil años y mil años como un día.

El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión.

Pero el Día del Señor llegará como un ladrón. Entonces los cielos desaparecerán estrepitosamente, los elementos se disolverán abrasados y la tierra con cuantas obras hay en ella quedará al descubierto.

Puesto que todas estas cosas van a disolverse de este modo, ¡qué santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios!

Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados.

Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.

Por eso, queridos míos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, intachables e irreprochables.






Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 1-8

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.
Como está escrito en el profeta Isaías:
«Yo envío a mi mensajero delante de ti,
el cual preparará tu camino;
voz del que grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
enderezad sus senderos”».

Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».





Comentario

El evangelio nos presenta a Juan, el último de los profetas que enlaza el NT con la tradición profética más veraz del pueblo de la alianza. Juan es aquél a quien san Agustín considera voz de la Palabra. Su profunda convicción de no ser él el Mesías (a pesar del éxito aparente y de contar con discípulos) nos transmite una lección de humildad. No somos la Palabra, sino la voz, el instrumento, el lápiz en las manos de Dios, como decía la Madre Teresa de Calcuta. Voz con laque Él puede hacer oír su Palabra en el corazón de la humanidad.

Juan es profeta del desierto y en el desierto. Este hecho marca unos distintivos que nos pueden ser de utilidad, ya que implica actitudes fundamentales en nuestro modo de ser y hacer como discípulos de Cristo.

Que Juan sea profeta del desierto implica que huye de las masas, huye de las modas, de lo políticamente correcto, en definitiva, huye de ese perverso arte de querer contentar a todos, aunque sea a costa de vivir un sucedáneo de Evangelio.

¿Hemos descafeinado la exigencia evangélica con tal de quedar bien siempre?

Que Juan sea profeta del desierto y que predique en el desierto, es, en sí mismo, un acto de amor extremo a la verdad y por la verdad. Decirla en medio de la nada porque la verdad en sí misma tiene el valor del todo.

¿Cómo ando de fidelidad a la verdad de mi vida, a la Verdad que es Cristo, aunque ello implique vivir desertado?

Que Juan sea profeta del desierto y que predique en el desierto refiere a decir las cosas limpias de todo ruido, interés o distracción colateral. La verdad va emparejada a la nitidez, a la belleza en lo que se dice y en cómo se dice.

 

¿Qué hablo y cómo lo hablo? ¿Cómo es nuestra predicación de discípulos del Señor?: ¿nítida?, ¿ausente de intereses y distracciones o interesada y justificativa de nuestros modos de ser y hacer?