jueves, 9 de julio de 2020

Evangelio diario: 09-07-2020

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. 
Gratis habéis recibido, dad gratis. 
No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento. Cuando entréis en una ciudad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludadla con la paz; si la casa se lo merece, vuestra paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. 
Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies. 
En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad».


Comentario:

Jesús nos invita: id, y proclamad que ha llegado Reino de los cielos. Esa realidad del Reino de justicia y paz, tan ansiada por el pueblo de Israel ya está aquí, pero hemos de salir de nuestros círculos concéntricos que siempre nos devuelven a nuestro propio ego, e ir a comunicarlo y transmitirlo a nuestros hermanos y hermanas.

Como buen Maestro, Jesús detalla cómo ha de “ejecutarse” esta proclamación. Y para eso nada mejor que realizar gestos de alivio y sanación, gestos que devuelvan la salud y la vida a tanta gente que vive la vulnerabilidad existencial: Curad enfermos, resucitad muertos, arrojad demonios.

Para llevar a cabo esta tarea necesitamos equipar nuestra mochila con dos actitudes: una mirada compasiva y un corazón confiado. Para salir a los caminos de nuestro mundo, que vive una realidad tan imprevisible y tan desconcertante, hemos de “activar” nuestra mirada y ponerla en modo “compasiva”, a fin de que nuestras entrañas puedan estremecerse ante el dolor y la fragilidad de nuestros hermanos y hermanas. Pero también necesitamos un corazón confiado en el Señor que nos envía.

No necesitamos ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón. Él sabe bien lo que necesitamos para esa misión, qué energías hemos de poner en juego, que dinámicas hemos de desarrollar. 

¿Qué gestos de alivio y sanación, ante esta vulnerabilidad estoy realizando para proclamar que el Reino ya está aquí? ¿Llevo en mi equipaje existencial una mirada compasiva y un corazón confiado?