sábado, 19 de septiembre de 2020

Domingo XXV del tiempo ordinario

Primera lectura

Lectura del libro de Isaías 55, 6-9

Buscad al Señor mientras se deja encontrar,
invocadlo mientras está cerca.
Que el malvado abandone su camino,
y el malhechor sus planes;
que se convierta al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Porque mis planes no son vuestros planes,
vuestros caminos no son mis caminos
—oráculo del Señor—.
Cuanto dista el cielo de la tierra,
así distan mis caminos de los vuestros,
y mis planes de vuestros planes.


Salmo 144


R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan.


Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza.

R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan.


El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas.

R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan.


El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones.
Cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.

R/. Cerca está el Señor de los que lo invocan.




Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 1, 20c-24

Hermanos:

Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte.

Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia. Pero, si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger.

Me encuentro en esta alternativa: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros.

Lo importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo.




Lectura del santo evangelio según san Mateo 20, 1-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. 

Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo:
“Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”.

Ellos fueron.
Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. 
Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
“Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”.
Le respondieron:
“Nadie nos ha contratado”.
Él les dijo:
“Id también vosotros a mi viña”.
Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
“Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.
Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
“Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.
Él replicó a uno de ellos:
“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».



Comentario

El que ha entrado en la verdadera y vital relación con Jesús sabe que la fe no es una ideología más, sino la apertura incondicional de dos que se miran cuya relación se basa en la mutua confianza y en el mutuo don. Por eso, el evangelizador se entrega incondicionalmente, no para adaptar el evangelio a su mentalidad, sino para proponer sin tamices el encuentro con Jesucristo y facilitarlo. Por eso no se ahorrará ni su misma vida ni se quedará atado a sus intereses particulares… pues buscará la verdadera y única salvación posible para cuantos le rodean. El evangelizador, el creyente, el hombre o mujer que está en relación con Jesucristo, que es una relación transformadora porque es trascendente, desea seguir procurando frutos de salvación, en favor del Dios vivo y del hombre y mujer por los que el Señor da su vida, que es eterna.

El Reino de Dios se pone en marcha como iniciativa y obra de Dios mismo. Jesucristo, el Evangelio de Dios, es quien lo acerca al mundo y lo pone en marcha contando con nosotros, los que le recibimos y acogemos. Cada uno llega a la fe, a la relación con Jesucristo, cuando llega. Unos antes y otros después. Pero todos tienen en su haber la herencia del Reino que a todos se ofrece gratuitamente, como un don… pero un don trascendente. Es del cielo, pero atañe a esta tierra. Contiene eternidad, pero se inicia y dinamiza en la historia… una historia que, así, se transforma en historia de salvación.

Aquí y ahora es el tiempo y el momento para trabajar en favor del Reino de Dios. Se trata de hablar de Dios porque antes se ha hablado con Dios. La tarea evangelizadora es un anuncio explícito y valiente que da a conocer la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, presente y vivo aquí y ahora. Porque es en el aquí y ahora donde las personas pueden buscar y encontrar a Dios. Más tarde puede ser demasiado tarde. Y la responsabilidad de que el Reino de Dios se malogre en la vida de alguien puede ser imputada a la indolencia, negligencia o manipulación del que, sabiendo que es un evangelizador… no evangeliza. El Reino de Dios se predica con palabras, desde luego, pero también con obras. La clave está en llevar una vida digna del evangelio de Cristo. Sin esa clave, la vida cristiana es disfrazada de ideología que no produce frutos de salvación porque no provoca el encuentro de las personas con Jesucristo, que es Dios.