lunes, 14 de marzo de 2022

Evangelio diario: 14-03-2022

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 36-38

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».


Comentario

El perdón de Dios que proclama el profeta Daniel, Jesús lo traslada a sus seguidores, como muestra de una fe real. Toda esta serie de actitudes a las que Jesús nos invita en el evangelio resultan chocantes en este mundo revestido de individualismo. Las relaciones humanas son ese crisol donde se mide la calidad de nuestra fe y se convierte en la prueba de la calidad de nuestro cristianismo. El trato con los demás está entrecruzado de múltiples fallos. Nuestras carencias, así como nuestras necesidades, nos llevan a romper la sana convivencia con los demás. Las heridas que nos provocamos unos a otros ocasionan violencia, rencor, distanciamiento e indiferencia. Son esas reacciones espontáneas que nos conducen a posturas anticristianas si en el camino no somos conscientes de su presencia en nuestro corazón.

Este es el mayor pecado para Jesús. Su insistencia en descubrir en el otro, en el pequeño, a su misma persona, es una forma de denunciar esa contradicción de acudir a Dios, habiendo excluido la relación con el hermano.

La Cuaresma es tiempo de análisis, de autocrítica de forma más sincera. Solo introduciendo en nuestras relaciones esa invitación de Jesús, nuestra vivencia de la fe será verdaderamente real. Si no es así, la Cuaresma no habrá entrado en nosotros.

Por eso, nos recuerda la característica que mejor define a nuestro Padre Dios y que es una invitación a imitarle: la misericordia. Sólo imbuidos de esa misma misericordia podremos ser capaces de imitar a Jesús.

Él nos propone dos actitudes a erradicar: juzgar y condenar. Son actitudes que conducen a la dureza de corazón y que nos llevan a convertirnos en jueces de los demás. Como antídoto, Jesús, una vez más, nos invita a usar el perdón, ese del que todos estamos necesitados porque somos conscientes de nuestro pecado. Ese perdón se nos dará cuando nosotros seamos capaces de practicarlo sin reticencias ni reservas. Si no es así ¿cómo podemos pedirle a Dios que nos perdone?

Solo dando el perdón podemos decir con el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”. ¿No hay mucha inconsciencia, por nuestra parte, al recitar la plegaria que nos enseñó Jesús?