lunes, 3 de octubre de 2022

Evangelio diario: 03-10-2022

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,25-37

En aquel tiempo, se levantó un maestro de la ley y preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
El respondió:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida».
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Respondió Jesús diciendo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo:
“Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él dijo:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Anda y haz tú lo mismo».



Comentario

En este fragmento del relato de Lucas, de nuevo los letrados quieren probar a Jesús, buscando que caiga en alguna contradicción.

El letrado pregunta qué debe hacer para alcanzar la vida eterna, y a su vez, Jesús le pregunta qué es lo que indica la ley; este, como buen entendido en la materia, le recita lo que los judíos conocen como «la Shemá», en la que dice: «Amarás al señor tu Dios... y al prójimo como a ti mismo». Jesús le replica que ha contestado bien, que cumpla eso que con eso es suficiente; pero el letrado insiste ¿y quién es mi prójimo?

Ante la pregunta, Cristo refiere la conocida parábola del Buen Samaritano, en la que cuenta que un judío que bajaba a Jericó es atacado y herido, pasan en distintos momentos, un sacerdote y un levita, pero estos dan un rodeo y lo evitan, sin embargo, un habitante de samaria que pasó, lo socorrió. Los samaritanos y los judíos no se tratan, había una enemistad importante entre ambas comunidades, pero, sorprendentemente, lo ayudó, lo curó, lo condujo a una posada y, aún es más, le dio dinero al posadero para que lo cuidara y, si no era suficiente, se lo abonaría a su vuelta.

¡Como nos hacemos el loco ante la injusticia o las necesidades de los demás! Si podemos pasar de puntillas junto a ellos para que no noten nuestra presencia y, sin embargo, rezamos, cumplimos con los preceptos de la Iglesia y nos consideramos inmejorables, pero hacemos oídos sordos a lo que tenemos alrededor.

No hay que enumerar, uno por uno, todo aquello en que podríamos ayudar a nuestro prójimo; simplemente pensemos en todo lo que nos queremos a nosotros mismos y que poco a los que están a nuestro alrededor.

No es preciso convertirse en adalid de la justicia para ir «desfaciendo entuertos», como diría D. Quijote; pero si el ayudar a tantos que, con un poco de nuestra parte, verían colmadas sus necesidades, ayudar a aquellos que, por motivos muy serios, han tenido que abandonar el hogar y se encuentran desarraigados, o a aquellos que no tienen necesidades físicas, pero simplemente necesitan que alguien les escuche y comprenda.