domingo, 4 de septiembre de 2022

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Primera lectura
Lectura del libro de la Sabiduría 9, 13-19


¿Qué hombre conocerá el designio de Dios?,
o ¿quién se imaginará lo que el Señor quiere?
Los pensamientos de los mortales son frágiles
e inseguros nuestros razonamientos,
porque el cuerpo mortal oprime el alma
y esta tienda terrena abruma la mente pensativa.
Si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra
y con fatiga descubrimos lo que está a nuestro alcance,
¿quién rastreará lo que está en el cielo?,
¿quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría
y le envías tu santo espíritu desde lo alto?
Así se enderezaron las sendas de los terrestres,
los hombres aprendieron lo que te agrada
y se salvaron por la sabiduría».




Salmo 89

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornad, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna.

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Si tú los retiras
son como un sueño,
como hierba que se renueva
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca.

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervo.

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.
Sí, haga prósperas las obras de nuestras manos.

R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.





Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a Filemón 9b-10. 12-17

Querido hermano:
Yo, Pablo, anciano, y ahora prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien engendré en la prisión Te lo envío como a hijo.

Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en nombre tuyo en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor, no a la fuerza, sino con toda libertad.

Quizá se apartó de ti por breve tiempo para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que silo es mucho para mí, cuánto más para ti, humanamente y en el Señor.

Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí.





Lectura del santo Evangelio según San Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. 
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
“Este hombre empezó a construir y no pudo acabar”.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? 
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. 
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío».




Comentario

¿Quién mejor que el mismo Jesucristo para enseñarnos la verdadera sabiduría? En la página del Evangelio el Señor se refiere a “calcular”, a “deliberar”, para lo que se necesita verdadera sabiduría. Es cierto que el ejemplo que propone el Señor a la muchedumbre que lo escuchaba es un sencillo ejemplo de sentido común para considerar los pros y los contras ante un determinado proyecto: construir una torre o entrar en batalla de quien le ataca con un mayor número de soldados.

Estos dos ejemplos están encuadrados por lo que el Señor dice al comienzo de su discurso y que repite en la conclusión del mismo. Concretamente: acercarse al Señor, ser discípulo suyo, implica posponer todo lo que uno tiene (padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas, bienes materiales y, sobre todo, el propio “yo”).

El evangelista Lucas ya había escrito precedentemente algo parecido, citando las palabras que Jesucristo dirigía no solo a los discípulos sino “a todos”: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz cada día y me siga”.

Esta es la “sabiduría” que nos ofrece Jesucristo y de la que espera hagamos buen uso, porque solamente así podremos decirnos con verdad que somos “cristianos”, es decir, seguidores, discípulos de Jesucristo.

¿Qué clase de discípulos seríamos si no hemos aprendido lo que el Maestro nos ha enseñado? Y todavía más: ¿qué clase de discípulos seríamos si no practicamos lo que hemos aprendido? Podríamos preguntar mucho más, pero lo que nos dice Jesucristo es de tal claridad que hace inútiles tantas preguntas, que no buscan otra cosa que la propia justificación para simplemente vivir sin tomar en serio lo que el Señor decía a todos: “Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”. La misma afirmación, con otra formulación, concluye la página del Evangelio: “Todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío”.

Se espera que nosotros seamos sensatos para tomar en consideración lo que el Señor nos dice y repite, ofreciéndonos adentrarnos en la verdadera sabiduría, la que nos conduce a la salvación.